Facebook Miércoles, 2 abril 2014

La banda de los PERUANOS

escribe Carlos Yushimito

 

// He aquí algunas acotaciones a un reciente y lamentable artículo del diario La Vanguardia de España sobre la bienal en homenaje a Mario Vargas Llosa y, por extensión, sobre la literatura peruana //

I

En primer lugar, la visión de la literatura peruana que presenta el autor de esta nota es de una parcialidad tan vergonzante, que me pregunto si verdaderamente se documentó algo antes de escribirla. El panorama de la aparente, cómoda, irreconciliable dicotomía que nos fractura ideológicamente como país, queda resumida en los siguientes términos que reproduzco a continuación:

«El indigenista Arguedas –que se suicidó en 1969– era blanco pero creció entre los indios tras ser maltratado por su familia. Vargas Llosa ha representado para algunos el otro polo, el urbano y cosmopolita, pero lo cierto es que también puede verse como una síntesis en el sentido de que su narrativa funde y explica los tres Perús: la costa (urbana), la sierra (rural) y la selva.»

Ya. O sea que Arguedas es tan solo, para la suficiencia del perfil que presenta el autor, un «indigenista», un suicida, una especie de tarzán maltratado entre indios; mientras Mario Vargas Llosa, en “el otro polo”, es todo lo demás, casi una realización armónica del Perú nacional. ¿»Urbano y cosmopolita» no parece bordear aquí, además, al esclerótico prejuicio de lo “civilizado”? ¿Puede decirme alguien, por favor, que no llevo casi diez años leyendo y releyendo y admirando a ambos, a Arguedas y a Vargas Llosa, en vano? ¿Cómo dejar, pues, que queden reducidos a esta confrontación tan idiota?

 

II

Fernando Iwasaki rememora la polémica entre escritores «andinos» y «criollos» de hace una década y sostiene que dicha batallita «ya está superada». Añade: «Todo cambia a raíz del Nobel a Vargas Llosa del 2010. Ese premio ha tenido un efecto bienhechor sobre la literatura peruana. Todos gozamos de una visibilidad nueva, incluso los autores anteriores a él, que se ven como el linaje del que proviene.» Con todo respeto, y saltándome el entusiasmo tan poco crítico del que hace alarde Fernando, pero ¿es gracias a Vargas Llosa que conoce ahora el mundo a Vallejo, a Martín Adán, a Ricardo Palma y al Inca Garcilaso? ¿De qué linaje hablamos acá?

 

III

Si se habla de los efectos comerciales, no dudo que innegablemente positivos que puede generar un premio Nobel con respecto al resto de sus colegas, ¿no es sintomático, por otra parte, que nadie mencione aquí ni a Miguel Gutiérrez ni a Edgardo Rivera Martínez, los dos mejores autores que ha dado este país en los últimos cuarenta años? Pregunto nomás: ¿Quién los lee fuera del Perú? ¿Quién los menciona en la prensa extranjera? ¿Por qué razón, si todo está superado, el balance debe ser tan abiertamente sesgado?

 

IV

Jorge Eduardo Benavides afirma luego, refiriéndose a la literatura de la violencia política, y sacando nuevamente a colación la (¿ya superada?) pugna entre «criollos» y «andinos» (qué manía de sacar este tema si ya lo tenemos superado): «Fueron años de pugnas entre los andinos y los criollos, estos últimos blancos y cosmopolitas. Los primeros creían tener la visión correcta del conflicto y hasta Abril rojo de Santiago Roncagliolo fue criticada, como si un criollo no pudiera tratar el tema del terrorismo.» ¿Debo entender que, implícitamente, por oposición, los otros son negros o grises y nacionalistas? ¿Cuál es la oposición que se traga la elipsis o la edición del autor de la nota?

Llevo mucho tiempo estudiando el cosmopolitismo como para no encontrar el uso de este concepto, en boca de Benavides, bastante anticuado e inexacto. Solamente hace falta leer a Appiah -en realidad, los avances en la filosofía y las ciencias políticas de por lo menos las dos últimas décadas alrededor de ese concepto- para saber que el cosmopolitismo es una práctica política, pero sobre todo una práctica ética. No tiene allí absolutamente nada que hacer la raza, que es tan solo una de tantas identidades operativas en la construcción de los sujetos. Una persona cosmopolita es, no la persona que habla muchos idiomas, no la persona que viaja por todo el mundo, no la persona universalmente erudita, no la persona que posee múltiples nacionalidades, sino aquella que acepta tanto su diferencia e individualidad como las ajenas. Es decir, alguien educado en la sensibilidad suficiente para respetar y comprender la diferencia. Por lo tanto, un cosmopolita es también aquel que hace el intento honesto por entender el mundo andino, así como por incluir a los miembros de comunidades indígenas como realmente iguales, y me refiero aquí a su cultura y a sus derechos ciudadanos.

La enumeración que hice antes, la suma de actitudes que acompañan una apertura al mundo, debería ir en la teoría acompañada de una sensibilidad mayor. Pero no siempre ocurre así. Yo conozco a mucha gente que le ha dado la vuelta al mundo un par de veces y sigue siendo lo bastante cretina, conservadora y racista, como para no merecerse lo que ya hace siglos iluminó el corazón de Diógenes y los cínicos griegos. ¿Qué está diciendo Benavides aquí con respecto a los “criollos”, a quienes define como blancos y cosmopolitas? He leído Abril Rojo y me parece todo menos un texto cosmopolita; es por el contrario un texto poco empático y con poca voluntad para entender el espacio que narra (así como tampoco lo es, dicho sea de paso, Lituma en los Andes).

 

V

Por favor, ya basta de seguir utilizando mal el término cosmopolita. A lo que se refiere la gente, por lo general, es al privilegio económico y a la consiguiente facilidad que obtienen para desplazarse o circular globalmente las personas que lo poseen; a cierta facilidad para deslocalizarse cultural y territorialmente. Eso, como ya dije, no quiere decir nada. Uno puede ser un rotundo cabeza hueca, un egoísta que se mira el ombligo.

 

VI

La nota sigue: «La presencia de escritores de tantos países hace, inevitablemente, recordar el boom de los años sesenta y setenta.» Señor, ¿qué cosa fue el Boom para usted? ¿Fue tan solo una bomba comercial? ¿Un cenáculo plurinacional?

 

VII

Finalmente (y lo menos importante) porque se me nombra (o eso creo) hago una ligera puntualización: mi apellido no es Yushimoto, sino Yushimito. El apellido de mi abuelo era Yoshimitsu, y aunque eso es algo que el autor de esta nota no tiene por qué saber, tampoco (supongo) ha tenido la intuición suficiente para devolverme a una fonética aparentemente más auténtica. En estos tiempos en que Internet alivia el trabajo a los perezosos no cuesta tanto trabajo verificar los datos. A menos que la información que se consigna públicamente, de manera irresponsable a veces, sea tan solo el resultado de la indiferencia o de la más superficial contumacia.