Facebook Sábado, 19 abril 2014

«Mi muro desde anoche está recargado, gracias al tema de los olores corporales»

Foto: smellyunderarms.blogspot.com/

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escribe Rafo León en su Facebook

Mi muro desde anoche está recargado, gracias al tema de los olores corporales. Es que es un asunto que invoca al sentido más alerta y al más primario; al que conserva la memoria más antigua posible. Muchos, en el mundo actual lleno de desodorantes para el sobaco y para el salón del auto, sienten que el olor corporal humano los ofende. El mal olor está asociado a la pobreza, a la locura, a la enfermedad. Ahora, nunca al placer del que hasta hace no mucho tiempo se disfrutaba con las emanaciones de los pies, las axilas, entrepiernas y cabelleras que no pasaban frecuentemente por agua.

Nöelle Chatelet, escritora francesa, tiene un tratado acerca de las mil y una maneras que ofrece la sociedad capitalista en su etapa actual, para erradicar los olores y productos corporales pestíferos (pedos, caca, pichi). Toda clase de productos químicos, ya no para disimular el hedor sino, lo que es más importante, hacerlo desaparecer de las funciones de nuestro organismo. Es como si la nueva alquimia del hombre y la mujer de estos tiempos de duty free y visita diaria al peluquero, estuviera gestando transformaciones genéticas para que los organismos de quienes nos sigan en la Tierra, ya nazcan desprovistos de cualquier aroma a huevo duro, a anchoveta, a comino o a zorrillo.

Lo mismo, escribe Chatelet, ocurre con ciertos espacios de las casas, que cada día se asemejan más a quirófanos de hospital que a lo que son. Especialmente el baño y la cocina. En los baños se coloca bolsitas colgadas del borde del wáter para que automáticamente anulen la cola odorífera del cometa que se acaba de ir al desagüe. En las cocinas, las clásicas campanas extractoras se apuntalan con esencias en spray, para que el espacio no huele a lo que necesariamente debe oler, salvo que en casa solo se coman verduras frescas. Y finalmente, los rituales de la muerte son para Chatelet la expresión más acabada del horror que en la edad actual le tenemos a los productos corporales y finalmente, a la descomposición del cuerpo completo. Hemos vuelto a la incineración no por el sentido sacro que esta ha tenido en innumerables culturas, sino para matar el riesgo de imaginar al ser querido pudriéndose y apestando a muerto, ahí, muerto donde está.

Invito, en este Sábado de Gloria, a los lectores, a que de entre ellos salga uno que tire la primera piedra, por no haber jamás en su vida, degustado un tuti frutti de su propio cuerpo: dedo a la nariz, al oído, a la axila, al ombligo, a las ingles, entre los dedos de los pies. En soledad, como se debe.

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