Facebook Domingo, 10 agosto 2014

Cuando iba a empezar el segundo ciclo de Letras, decidí llevar Realidad Social Peruana con Henry Pease

Foto: La República

Foto: La República

escribe Carlos León Moya

Cuando iba a empezar el segundo ciclo de Estudios Generales Letras, decidí llevar Realidad Social Peruana con Henry Pease. Todos temían su curso desde tiempos inmemoriales. Mi primo, que había llevado el curso a inicios de los noventa, recordaba todo lo que le mandaron a leer con pesar y satisfacción (siempre se da esa mezcla con los cursos exigentes).

Llevé el curso y el ciclo fue un desastre. Pease era entonces, 2003-II, Presidente del Congreso y nunca iba a clase. Su asistente eran tan malo dictando que yo tampoco iba. Incluso me perdí un control de lectura, así que llegué al final necesitando un 13 para aprobar. Leí las 900 páginas que dejó (entre ellas, todo Clases, Estado y Nación, en una letra tan chiquita que parcía arial 6). Fui segurísimo al final, pero al responder me confundí entre las varias lecturas.

Y saqué 12. Jalar Realidad Social Peruana, gran inicio para un científico social.

Dos ciclos después recuperé, no sé cómo, los 4 cursos que había jalado, estaba al día con mis créditos y decidí meterme nuevamente con Pease. No es que fuese un profesor precisamente didáctico, pero era bastante exigente a la hora de evaluar las intervenciones orales (recuerdo un par de alumnos rebatidos implacablemente por un Pease preciso y sin misericordia) y los 40 soles de lectura que dejó, que esa vez sí leí con atención, valieron tremendamente la pena.

Incluso tuve que exponer una de ellas, claro que lo recuerdo: Norbert Lechner, El debate sobre Estado y Mercado. Llegué tarde porque hice las diapositivas en una cabina -Dragon Fans, El Dorado- a las 9 de la mañana. Llegué y ya me había llamado, iba a jalar de nuevo. «Profesor, quisiera exponer», le dije o algo así. Me miró con disciplina, me dijo que ya me había llamado, pero esta vez sí tuvo conmiseración y me dejó exponer.

No sé qué rayos habré dicho en mi exposición, porque no la sentí nada extraordinaria, pero apenas acabé exclamó «¡Muy bien! Muy bien» con un énfasis que no le había visto. Me felicitó, no recuerdo qué más dijo, pero tengo todavía en mi mente ese fuerte «¡Muy bien! Muy bien» que me dejó sonriente, tanto que me tapaba la boca con los brazos en mi carpeta.

Esa vez aprobé con 16.

No solo sentí que me había vengado y había vencido a mi otro yo flojo que había jalado el curso, sino que me dio cierta seguridad. El muy bien, muy bien del profesor Pease, de hace diez años ya, me hizo pensar que no era tan inservible para las ciencias sociales, y entre las enormes dudas que tenía aquellos días por saber a qué carrera ir (si ciencia política, si sociología, si filosofía, si literatura) me hizo también pensar que debía seguir con sociales. Muy bien, muy bien.

Claro, el profesor Pease no tenía ni idea de esto. Tampoco yo lo tenía presente. Pero ahora que me enteré de su muerte, no se me vino a la cabeza el Pease candidato a Presidente ni las pintas que había por mi casa. Tampoco el Pease que me enseñó en Sociales, a cuyas clases no asistía y cuyo examen final jalé penosamente por no estudiar (el día anterior hubo paro nacional) y por dejar el examen a medio hacer para irme a otra parte (Javier Diez Canseco estaba preso en una comisaría de San Isidro). Tampoco fui amigo de Pase, tampoco lo traté.

El Pease que se me vino a la mente es el profesor de aquel curso con fama de tremendamente exigente, que jalé con razón y que llevé nuevamente por terco, del que aprecié los dos tomos de lecturas obligatorias. El Pease que me dijo muy bien, y que recuerdo hasta ahora porque Pease era realmente exigente, y ese muy bien no debía haber sido gratis.

Adiós, profesor Pease.

Un alumno que (también) por usted terminó estudiando ciencias sociales, aunque nunca lo supo.