Facebook Lunes, 17 agosto 2015

«Hace unas semanas, mi hijo fue, por primera vez en sus 20 años, a una misa católica.»

luis

Imagen: Captura de Facebook

 

Escribe: Luis Davelouis

Hace unas semanas, mi hijo fue, por primera vez en sus 20 años, a una misa católica. Era la misa de difuntos de su abuela materna, una de las personas más buenas y nobles a quien haya tenido la suerte de conocer y alguien a quien muchos queríamos muchísimo, pero en particular él. Aunque ella era luterana, las tías abuelas de mi hijo (del lado paterno de su mamá) quisieron hacerle una misa de difuntos católica. Sí, si los caminos del señor son misteriosos, las razones detrás de las decisiones de algunos de sus seguidores son absolutamente insospechables.
Mi hijo no tiene la costumbre de hablar mal de la gente ni de sus gustos ni de sus preferencias ni de sus creencias. Es más bien dado a comentar sus acciones, lo que hacen las personas más que lo dicen. Para mí es incomprensiblemente tolerante, desprejuiciado y empático y en todo eso se parece mucho a su abuela.
(Por supuesto, yo no fui, ella no está más y nada que uno haga cambiará ese hecho, todas esas demostraciones son irrelevantes… pero esa es otra historia.)
Por eso, me sorprendió que mi «¿cómo les fue en la misa?» obtuviera por respuesta otra pregunta «cuánta culpa, ¿no? Todo el tiempo te están chancando con eso y la verdad, me parece muy curioso». Esas fueron sus palabras, más o menos. Lo siguiente que dijo fue “¿viste el link con el ampli (de guitarra) que te mandé?”. Caso cerrado.
Yo fui a misa desde que tuve uso de razón (es un decir, no se arañen) hasta más o menos los 12 o 13 años… y bueno, de vez en cuando, cuando se casaba alguien o bautizaban al hijo de algún amigo muy querido; pero nada más. Eso, aunque fuese poco, normalizó todo el rito para mí. Es decir, soy absolutamente consciente de la manipulación que constituye decirle a las personas cada semana que no son merecedores de nada de nada y que por eso un dios vino y se convirtió a sí mismo en su propio hijo y se entregó como rescate (?) para salvarnos del pecado original y la condenación eterna a la que este nos predisponía desde que a Adán le picara el pajarito y lo echaran de una patada del paraíso; y que por eso cargaremos con la culpa de aquella muerte y sacrificio por los siglos de los siglos amén. Eso –les decía– se convirtió para mí en lo normal: y lo normal, con el tiempo, se vuelve es invisible.
Hoy, yo no encuentro ninguna diferencia entre asistir a misa o rezar en una catedral de 900 años de antigüedad en Europa, cantarle “mi señor” a Jesús en un ex cine la Av. Petit Thouars, ofrendarle chalona y cerveza a la Mama Pacha en Cusco, degollar un pollo mientras se baila con los ojos volteados y alrededor de una fogata en Haití, echarse al piso a rezar media docena de veces al día con la brújula en la mano, o conversar con un río o un cerro o una muñeca de trapo. Para mí, hoy, el valor de todas esas manifestaciones es el mismo porque ninguna religión puede, bajo ninguna circunstancia, probar que es más válida o valiosa que cualquier otra ni en función de su masa crítica de creyentes ni en función de su antigüedad, principalmente, porque siempre habrá creencias mucho más antiguas que las de uno.
Sí, puedo tener simpatías por algunas o por algunas cosas que considero positivas en algunas de ellas. Me parece que es mejor para el espíritu (no, sonsito, no hay que creer en dios para ser espiritual) cantar y bailar y celebrar así el renacimiento o la resurrección de dios que llorar para siempre su muerte, la responsabilidad propia en ese asesinato y encima echarse encima al finadito. Pienso que es muy positivo destacar valores como la justicia y la empatía pero, al mismo tiempo, considero peligrosísimo la insistencia irracional en la posesión final y definitiva de “la verdad” y de creer por necesidad.
No se ataca a las personas por lo que creen, se atacan las ideas en las que creen cuando son peligrosas y amenazan la vida, el bienestar y la libertad de quienes no comparten tales credos. Las imposiciones no deben ser toleradas, sino todo lo contrario.
Las ideas se combaten cuando son dañinas y creerse dueño de la única verdad basada en un personaje improbable y en las presuntas palabras de este, es muy peligroso.

Si no me crees, prende la tele y míralo.