denuncia , Facebook , sociedad , violencia Miércoles, 4 noviembre 2015

«Serás más hombre mientras más violencia ejerzas y menos mujer mientras estés lejos de la sumisión»

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Imagen: Observatorio Paremos el Acoso Callejero

 Escribe: Verónica Ferrari

Una vez caminaba por las calles del Jirón de la Unión fumando un cigarro y un tipo, malhumorado, me dijo: ¿Tan chiquita y ya fumando? Tenía 23 años.

Era obvio que al tipo no le importaba mi edad o mi futuro cáncer a los pulmones, lo que quería era hacer un juicio de valor sobre mi comportamiento y mandar sobre mi conducta. Para él era inaceptable que una mujer se atreva a fumar en la calle sin vergüenza o sin ocultarse, como hacen los hombres. Cierto día en el que no teníamos nada que hacer en el trabajo, y a un compañero de labores se le ocurrió que, como no había nada que hacer, las chicas podíamos preparar café para pasar el rato. Creo que nunca me habían acosado tanto como cuando estuve embarazada, a los 24. Los hombres solían gritarme que ese hijo debía ser suyo, que si quería me hacían otro (realmente no les importaba si quería o no), que tan chiquita y ya estaba recibiendo y una serie de frases parecidas cada cual más grotesca o vulgar que la otra.

Algo así de violento. Imagen: Panamericana Televisión

Han orinado, se han rascado los testículos, han eructado y han escupido a mi lado. Cuando salía del colegio han tratado de levantarme la falda y de tocarme las nalgas, y algunas veces lo lograron. A la hora de la salida las chicas teníamos que andar en grupo para que los muchachos de otros colegios no nos acosaran y en patota vinieran a molestarnos o empujarnos. He tenido que cambiar de vereda para no ser molestada o cruzar la pista corriendo, arriesgándome a que me atropelle un carro, antes de que me toquen. Algunos hombres se pusieron detrás de mí para frotar sus penes contra mi cuerpo sin el menor descaro en buses y conciertos. Han metido sus dedos para tocarme el trasero desde el asiento de atrás del bus un par de veces cuando era pequeña y las dos veces me quedé callada, porque pensaba que yo me lo había imaginado, que tal vez eso no había pasado.

No creo que esto me haya pasado a mí por ser especialmente guapa o sensual. Le ha pasado todas las mujeres del mundo, el 50% de la población, a algunas con más violencia que a otras, y a algunas las violaron y las mataron, yo solo tuve la suerte de que eso no me pase y de poder dar testimonio como tantas otras antes. Y no le ha pasado al otro 50% de la población, que tal vez por eso no entienda la gravedad del asunto, pero le ha pasado a sus madres, a sus hermanas, a sus novias, y muy pronto le pasará a sus hijas, y a veces ni así entienden, porque para muchos, las mujeres siguen siendo algo desechable y sin importancia, algo de lo que pueden servirse y de lo que pueden también deshacerse.

Imagen: vía TV Perú

La mayoría de personas ha normalizado estas situaciones y se ha acostumbrado a vivir con ellas, a interiorizarlas, a naturalizarlas, a encontrar explicaciones en donde la víctima se convierte en la culpable, por decir algo incorrecto o por decir lo correcto, por vestirse de determinada forma, por caminar por la calle equivocada, por no ir acompañada de un hombre que la proteja, por salir muy tarde, por salir muy temprano, por no correr a tiempo, por no gritar, por temer, por existir, por morir.

¿Cómo se normaliza algo incorrecto? Mediante la socialización. ¿Y qué es la socialización? Enseñarnos a ser hombres y mujeres. Se nos educa para que seamos determinados hombres y determinadas mujeres. Para que la masculinidad represente la violencia y el poder, y para que la feminidad represente la sumisión y la debilidad. Desde ese punto de partida, serás más hombre mientras más poder y violencia ejerzas sobre alguien, y serás menos mujer mientras más lejos estés de la sumisión y la debilidad. Alguien dirá por ahí: pero así no es siempre. Y tendré que pedirle que vuelva a leer los primeros párrafos de este texto y repetirle que esto o más lo ha vivido el 50% de la población, todas las consideradas mujeres, en algún momento de sus vidas.

Imagen: La República

¿Qué se puede hacer frente a ello? Cambiar la forma en que nos socializan. Cuestionarla. Emprender nuevas formas de entender el ser hombre y el ser mujer, para dejar de ser ese hombre y esa mujer que nos dicen que seamos, para no repetir, reproducir y multiplicar la violencia, para que más mujeres puedan vivir sin tener que sobrevivir, y para que menos hombres sean presas de vidas llenas de violencia. Un buen paso sería enseñando feminismo a todas y todos desde muy pequeños, pueden ponerle otro nombre si quieren, un nombre más políticamente correcto tal vez, pero enseñando feminismo podemos salvar vidas, vidas de mujeres y de hombres. Y ya es hora de empezar.