Facebook , feis , periodismo , redes sociales , sociedad Jueves, 12 mayo 2016

«Un grupo de periodistas ha identificado las identidades de los fujitrolls»

fujitrolls

En el mundo fujitroll se hacía llamar Mar Mounier. Foto: SE Buscan: Fujitrolls

Escribe: Rosa María Palacios

Hace muchos años que observo la política de mi país.
Desde la vida académica, desde la consultoría y desde el periodismo.

Con todos los años de televisión, radio y prensa escrita encima, podría haber hecho una carrera política exitosa. No me interesa. Me interesa observar el Estado, no ser parte de él. Creo que todo joven profesional debe servir un tiempo al Estado, pero en mi caso, pasado ese breve tiempo, estuvo claro que no tengo vocación de funcionaria pública.

No siendo funcionaria pública, no postulando a cargo alguno, el nivel de escrutinio público sobre mi vida privada debería ser casi nulo. Mi vida privada, si bien tiene cierta notoriedad por mi trabajo público, debería ser eso: privada. Y la de mi familia, con mayor razón aún. La Constitución me garantiza el respeto a la intimidad, al honor y a la buena reputación. Creo en eso, enseño eso y defiendo eso. Y lo seguiré haciendo.

He tomado medidas para protegerme y para proteger a los niños. Por ejemplo. doy muy poca información familiar y no permito que se fotografíe a mis hijos, asociándolos conmigo.

Pese a ello, prácticamente desde que ingresé a la señal abierta el 2004, y con mayor rudeza desde que entre al Twitter el 2010 he recibido literalmente miles de insultos de carácter personal vinculados a mi cuerpo o a partes de éste, a mi familia, a mi origen, a mis creencias o mis amistades. No guardo constancia de todo ello porque me cansé de tener un file que decía «amenazas de muerte» cuando estaba en Prensa Libre. He sido difamada por los y las mayores sinvergüenzas de esta ciudad a cara descubierta, pocas veces, pero escondiendo la identidad, por miles de ellas y con los adjetivos más procaces de la lengua castellana.

No soy víctima de estos verdugos porque no me han hecho un daño real. No pueden tocar lo inasible y soy inasible para ellos. Los bloqueo en Twitter y Facebook y desaparecen. Borro sus comentarios insultantes de mi blog y ya no están más. No vuelvo a ver o a leer, nunca más, a quien me difamó. Nunca más. Es en serio. Si no me avisan que hay nuevos insultos, ni me entero. Digamos que enfrento la situación lo mejor que puedo con las herramientas que hay a mano. Y como el anónimo es cobarde por definición hoy no tengo ningún temor físico, como pudo existir hace algunos años.

Todo esto es «parte del trabajo», (como dice mi amigo Juan Carlos Tafur, «si no quieres salir quemada no te arrimes al fuego»). Sin embargo, no soy la única atacada. Hay otras personas, periodistas como yo, o ex funcionarios públicos, que han recibido trato parecido de anónimos cobardes durante años. Yo ya me acostumbré al insulto, y ya entrené a mi familia para reírse de él o ignorarlo, pero no todos la pasan igual. ¿Es justo? No lo es.

Por eso, si hay la oportunidad de identificar a personas que solas, o como parte de una asociación criminal, se dedican al amedrentamiento, el ataque a la autoestima de inocentes (sobre todo mujeres), o la destrucción de la intimidad, ¿por qué no hacerlo?

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Hace poco este troll fujimorista amenazó a la politóloga Eliana Carlín. Foto: vía Chicharrón de Prensa

 

Con mucha paciencia un grupo de periodistas ha identificado las identidades de los cabecillas que nos han difamado durante años. Como la mayoría de este grupo virulento y soez se dedica a patrocinar a Keiko Fujimori, han sido bautizados como Fujitrolls.

No son todos los que están, ni están todos los que son (seguimos recibiendo información), pero hay lo suficiente para que las familias de estos sujetos, sus colegas en sus trabajos, sus jefes y sus amigos conozcan quiénes son estos seres perturbados con personalidades escindidas que se esconden detrás de un alias para matar con la palabra.

La lista y sus reales identidades (además de un muestrario de su procacidad) será revelada esta semana.

No saben el gusto que me da, teniendo en cuenta el momento político en que vivimos y la futura impunidad de la que estos miserables esperaban gozar.