Facebook , feis Sábado, 2 julio 2016

Hoy tuve el gusto de ver la excelente obra teatral «Cuando seamos libres”

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Foto: Cuando seamos libres

Escribe: Juan Fonseca

Hoy tuve el gusto de ver la excelente obra teatral «Cuando seamos libres”, dirigida por Carolina Silva Santisteban. La obra pone en escena a cuatro jóvenes, dos gays y dos lesbianas, quienes comparten sus experiencias y entrecruzan sus historias para desarrollar un argumento sencillo pero contundente: la experiencia de vida de un joven lgbt en un país como el nuestro es una lucha constante y osada por la libertad.

A través de sus historias personales, Checho, Alejandra, Sergio y Gabriela muestran los hitos principales en el tránsito de la existencia de gays y lesbianas en sociedades tan homofóbicas como la nuestra: el descubrimiento de la sexualidad, la confrontación con la familia, las relaciones amicales y sentimentales, los desafíos de la homofobia cotidiana, el enfrentamientos con los prejuicios religiosos y la ignorancia social, etc. Sobre esa base los personajes, que en realidad son personas reales, hacen pedagogía sobre la diversidad sexual y desterrar muchos mitos sobre la vida lgbt creados desde el desconocimiento. Asimismo, buscan empoderar el discurso de los movimientos lgbt que luchan por la igualdad de derechos para la comunidad que representan. Y lo hacen desde una plataforma novedosa para la causa: el arte.

Me conmovieron muchos pasajes de la obra, en particular los relatos dolorosos de salidas del closet con la madre. La relación de todo lgbt con las madres es particularmente intensa, a veces dolorosa cuando la tensión de la incomprensión trastoca el vínculo, pero finalmente plena de amor cuando la crisis se convierte en oportunidad para reforzar el vínculo. También resultó emotivo el compartir de los sueños que en esas vidas jóvenes se convierten en proclamación de esperanzas colectivas.

Me llamó gratamente la atención la solvencia para tratar temas que a veces se manejan con poca precisión en el activismo lgtb, como es el de la religión. Se nota que la directora hizo un trabajo de investigación prolijo para cuidar que los conceptos y la información sean exactos.

Me impresionó la creatividad escenográfica y el manejo de recursos simbólicos para representar circunstancias dolorosas como las terapias o la violencia homofóbica en el periodo de violencia política que vivió el país.

Hay aspectos que mejorar, como en toda obra, pero realmente mínimos. El más importante, tal vez, es el desafío de crear otras representaciones de la vida lgbt desde la riqueza de experiencias que se dan en los ámbitos urbano-marginales o incluso rurales, que no se visibilizan necesariamente en la obra.

Pero esto no disminuye en nada el gran valor de la obra y la rica experiencia que implica verla y disfrutarla. Lamento recomendarla recién al final de la temporada, cuando apenas quedan dos funciones. Espero que tengan llenos totales, pues realmente vale la pena verla. Y no solo para la gente lgbt sino, me atrevería a afirmar, principalmente para quienes no son lgtb. No tengo la menor duda que cualquier persona que vea esta obra, saldrá del teatro mucho menos homofóbica que cuando entró. O mejor reformulo la afirmación: saldrá más humana que cuando entró.

Gracias a Carolina, Checho, Alejandra, Sergio y Gabriela por regalarnos una gota de esperanza a través de su arte.