Facebook , feis , redes sociales Martes, 16 agosto 2016

Una modalidad de robo, donde el agresor busca ‘picar’ a un hombre al cual herir su orgullo

libro

Imagen: www.laley.pe

Escribe: Roberto Bustamante

El día sábado por la mañana llegué a Chiclayo a dictar un taller. El bus con el que viajaba (no importa la compañía) llegó con un retraso mayor al de dos horas a lo que estaba programado. Entiendo muchas veces que hay cosas que suceden, que hay imprevistas, que el tráfico limeño es un desastre. Igual, nunca nos habían informado nada, ni pedido ningún tipo de disculpas, ni nada. Yo quería igual dejar un testimonio en el Libro de Reclamaciones. Digo, siempre decimos que aceptamos las cosas que ocurren sin poner por escrito, ¿por qué no decir que esperamos que la próxima vez los horarios sean más sinceros? Así, la próxima vez que viaje ya sabré que tengo que tomar el bus dos horas antes.

El acercarme al mostrador de la empresa ocurrió sin ningún tipo de problemas. Es más, el señor que me atendió me intentó explicar que esas cosas siempre ocurren y que no pueden hacer nada frente al problema del tráfico. Yo le decía que le entendía perfectamente y que por lo mismo, eso debería estar consignado en el pasaje, advertir que pueden haber retrasos bastante grandes. Todo bien allí.

Sin embargo, a dos o tres metros, un energúmeno escuchaba todo y comenzó a vociferar:

«qué vergüenza los limeños, siempre quejándose de todo, yo soy limeño y me avergüenzo».

Yo lo miré de reojo y me di cuenta que lo decía mirándome y señalándome. Preferí no hacerle caso. El señor seguía gritando y vociferando y esta vez dijo:

«pero seguro, ni siquiera es limeño, debe ser un serrano, una llama».

Yo, tranquilo, lo miré allí sí y le dije:

«ya empezamos con el racismo, qué hasta el culo señor».

Y seguí con lo mío. Me despedí amablemente del trabajador de la empresa de transporte, agradeciendo su atención.

Cuando salí a tomar el taxi, no me di cuenta que el energúmeno del insulto racista había salido detrás mío. Y porque estaba con una mochila en cada mano, no pude esquivar el escupitajo que me lanzó. Me siguió gritando:

«eres un loco, me has mandado a la mierda, gente como tú me da vergüenza, me has dicho que estoy hasta el culo».

Qué iba a hacer allí. ¿Buscarle la bronca? ¿Responderle el insulto? Todo frente a la mirada de te vi pero no te veo de la gente de seguridad de la empresa de buses. Le dije al vigilante que por favor tuvieran cuidado con ese tipo de pasajeros, que son bastante violentos. Me limpié la saliva del patán, y me subí a mi taxi.

No sé bien cuál es la moraleja de la historia, pero me imagino que debe haber alguna. Yo solo me fui a mi taller preguntándome, qué pasa por la cabeza de gente como esta, qué reacción esperaba que yo tuviera, qué ganaba con todo eso. Me preguntaba también de dónde salen estos sujetos. Y claro, qué generó tanta violencia.

Sí pues, en algún lugar debe haber una lección.

Post Scriptum. Cuando escribí todo esto en mi muro de Facebook, recibí muchos comentarios. Desde los que cariñosamente manifestaban su solidaridad conmigo y por el mal rato, hasta aquellos que me felicitaron por no haber caído en el juego, pero que ellos hubieran respondido con un buen golpe. Sin embargo, otros comentarios amigos fueron revelando el detrás del hecho violento: una modalidad de robo, donde el agresor busca «picar» a un hombre. No a una mujer, sino a un hombre al cual herir su orgullo y su hombría. Puede empezar con un empujón y luego seguir con un insulto, una mentada de madre o en mi caso, un escupitajo.

Otro amigo me explicó, por interna, que esta modalidad es bien común en Chiclayo y en agencias de transportes formales. Todo esto indica que más que nunca hice lo correcto. El haberme picado, el haber dejado las mochilas en el suelo, como hicieron otros, hubiera significado perder las cosas que necesito para trabajar. Claro, en ese otro universo paralelo, hubiera dado un golpe y diría algo, realmente sonso, como que sí, me robaron mis cosas de valor, pero mi hombría quedó intacta. Miren qué curioso, al final sí hubo moraleja.