discriminación , Facebook , feis , libertades , noticias , politica , sociedad , violencia Sábado, 17 septiembre 2016

«Es terrible leer a tantas personas decir que, si no lo bloquearon, entonces en realidad no se sintieron agredidas»

Acoso sexual en la oficina, en el aula, en todas partes. Imagen vía: fitness.com

Acoso sexual en la oficina, en el aula, en todas partes.
Imagen vía: fitness.com

Escribe: Jimena Ledgard*

Las mujeres no denunciamos, no reaccionamos, no mandamos al diablo, no bloqueamos a quien nos acosa por mil y un motivos. No lo hacemos porque desde chicas se nos enseñó que no hay nada peor que una chica estirada y aburrida, porque se nos dijo siempre que no hagamos alharaca por gusto, porque desde que somos adolescentes se nos amenazó con arruinar nuestra reputación si es que resultábamos mojigatas y pesadas (y también si no), porque se nos ha programado para vernos a través de los ojos de los hombres y porque se nos ha enseñado que nuestro valor se determina por cómo ellos nos miran. Porque nos dan miedo las represalias, porque quizá en algún momento sonreímos y reímos hasta que de pronto ya no nos reímos más, pero cuando eso sucedió, ya era muy tarde para mandarlo al diablo sin que luego nos eche en cara que nosotras fuimos cómplices, así que seguimos riendo. Porque tenemos miedo.

Yo tenía un profesor por el que me sentí acosada mientras estaba en la universidad. Nunca me atreví a decirle nada. Le sonreía cuando lo veía en la universidad, aceptaba sus invitaciones a tomar un café, respondía sus correos con la prudencia de quien sabe que rechazar a alguien puede ser tan peligroso como dejar que se acerque demasiado. Era, sin embargo, mi profesor y como tal debió haber sabido siempre que entre nosotros dos jamás podría haber una relación de iguales, que la balanza del poder se inclinaba siempre hacia su lado, que yo tenía que sonreír y conversar y responder porque era mi profesor, porque tenía miedo de que me jale, porque me gustaba su curso. Porque nunca tuve siquiera la posibilidad de decir que no.

Algunos años después, fue otro hombre y fue más violento. Me escribía de madrugada y me invitaba a salir aunque le dijera varias veces que no, me mandaba poemas, llenaba mis fotos de comentarios, me recriminaba y atacaba si no le respondía. Nunca lo mandé al diablo, nunca lo bloqueé. Había escuchado lo que había hecho con quienes sí se habían atrevido y me dio miedo ponerme en esa situación. Preferí sonreír, reírme en el chat, responder con monosílabos pero nunca dejar de responder, mantenerme lo suficientemente cerca como para que nunca me sintiera tan lejos. Mantenerlo contento, mantenerlo tranquilo. Mantenerme a salvo.

Las mujeres hemos aprendido a reír y sonreír y responder con cordialidad porque sabemos que un hombre molesto puede ser un hombre terriblemente violento. Por eso es que no bloqueamos ni mandamos al diablo, por eso es que en el bar no empujamos al pesado sino que sonreímos y buscamos con la mirada a alguna amiga que nos ayude a salir de ahí, por eso es que muchas veces no nos atrevemos a decir que «no», porque nos aterra lo que hará si es que lo rechazamos. Por eso es que, después de una violación, tantas mujeres siguen respondiendo los mensajes de quien las agredió, siguen frecuentándolo si comparten un grupo de amigos, aceptan salir con él por un trago. Porque hemos aprendido a sonreír y aceptar esas palabras, dar ese beso, meternos a esa cama, porque no sabemos lo que sucederá si decimos que no. Por eso es que terminamos convenciéndonos de que en realidad no fuimos claras, de que fuimos cómplices, de que también es nuestra culpa.

Es terrible y es triste leer a tantas personas decir que las mujeres deberían bloquear, insultar, mandar al diablo y rechazar a sus agresores. Es terrible leer a tantas personas decir que, si no lo hicieron, entonces en realidad nunca se sintieron agredidas, nunca fueron violentas, no son víctimas de nada. ¿Es que de verdad lo piensan?, ¿o es que quizá pensarlo los ayuda a calmar su conciencia?

Hace algunas semanas, un amigo me decía, con una honestidad que agradezco, que Ni Una Menos le había hecho preguntarse cuántas veces había sido ese hombre para una mujer. Ese hombre que insiste hasta que tú simplemente sonríes y aceptas lo que sucede, porque sabes que así todo terminará más rápido, porque sabes que así podrás irte por fin a casa, porque piensas que así quizá no te haga daño, porque has aprendido a sacrificar tu autonomía en nombre de la autopreservación.

Por eso duele tanto ver a tantos cuestionando a las mujeres en lugar de cuestionarse a sí mismos. Dejemos de juzgar a las mujeres por cómo reaccionamos a la violencia y comencemos a exigir más del otro lado. Si los hombres quieren sumar, que empiecen cuestionando sus propias acciones, su propio pasado, su propio presente. Si los hombres quieren sumar, escuchen a las mujeres a su alrededor, y aprendan a esperar que digan que sí y no solo que dejen de decir que no. De lo contrario todo esto no servirá de nada.

*Integrante de Ni Una Menos