Facebook , feis Martes, 15 noviembre 2016

Mi amigo Mario Poggi

15107255_10154275223149751_7381794043582017351_n

Escribe: Auria Paz Aguilar

Mario Poggi fue todo un personaje. Famoso por haber ejercido «justicia social» para el Perú y dar muerte a un supuesto asesino en serie en los años ochenta, fue estigmatizado por él mismo en los medios donde hacía gala de una estupidez estratégicamente meditada para calar en la mente de la gente que suele ver TV.

Estoy segura de que pocos saben que, en algún momento, fue alumno de Jean-Paul Sartre, o que pasó por la Facultad de Medicina en las Universidades de Hamburgo y Ferrara -la más antigua del mundo, donde se graduó Copérnico-.

También estudió en la Academia Real e Instituto Superior de Lieja donde siguió las especialidades de Arquitectura y Bellas Artes. También era graduado de Criminología en la Universidad Católica de Lovaina. Hablaba cuatro idiomas. Y además de psicólogo era escultor, escritor y periodista.

En sus últimos años, luego del escándalo y dado que conseguir trabajo formal le era complejo, este personaje se dedicó a hacer «test de los colores» en el parque Kennedy. Por diez o quince soles podías elegir entre ocho colores, el orden de prioridades, según él, pintaba toda tu vida. La primera vez que lo vi estaba en una banquita al lado de los artesanos, a su lado una bicicleta y él con una casaca de cuero blanca y marrón, al mejor estilo de una vaca.

Me acerqué conversadora y me hizo un descuento. Inició el test de los colores y, en una, me pintó mi relación con mis padres, mis conflictos de niñez y sugirió que viajase. Una vez dicho su diagnóstico, no pude estar menos que maravillada y embaucada. Su lenguaje y enseñanzas estaban llenos de lisuras y sabiduría. Su forma de narrarme la vida hacían que me ría de mí misma, de él y de la humanidad. Luego de la formalidad, volví a visitarle varias veces a esa banca, donde hablamos, reímos, lloramos y comimos aguaymanto.

Estoy segura de que ese loco estaba más cuerdo que muchos de nosotros. Y que sus locos métodos para desahuevar, «sanar» gente, hicieron mucho bien. Estos incluían, a veces, mangueras de lavadoras: una para conectar el sonido del latir del corazón de una madre con las orejas del hijo, y otra para que la voz de la madre se conectar con el hijo y así le autorizara vivir. Una de las formas más efectivas de curar el nacimiento que pudieses encontrar. En diez minutos y con veinte soles podía remediar un trauma que tomaría meses o años de terapia convencional, partiendo de que a la persona le importe tanto su propia salud mental.

Se reconocía imbécil: por haber tomado la justicia por sus propias manos. El arte de no tomarse las cosas personales ahora era lo suyo.

«¿Qué tenía que hacer yo con ese tipo? me creí héroe y me jodí ¿ahora a alguien le importa?».

Entrado en años defendía la paz, el amor y los sueños.

«Todos deben tener su fantasía para estar sanos. Todos tienen derecho a tener un sueño tan cojudo como el ser presidente».

Hablaba orgulloso de sus padres, que ahora estaban «jugando las olimpiadas» (muertos). Se vanagloriaba de haber sido un viajero de remolque. Que viajó por Latinoamérica hasta que vio a una chica con un perrito, lo suficientemente buena y noble (ya que la primera esposa le dejó por su amigo) como para ser la nueva madre de sus hijas . A quienes dio un buen nombre, autonomía, la seguridad de ser queridas y les entregó el arte (hablaba orgulloso de que su última hija tocaba muy bien el violín).

Se divertía y seguía pintando por respeto a él mismo. Iba y venía de su casa en bicicleta. Unas tres semanas antes de que muriera fui a visitarle y me dijo:

«Si de algo estamos seguros en esta vida es de que todos nos vamos a morir, así que goza de tu vida».

Alguna vez me dejó esta historia.

Una vez un pajarito quería volar y cuando lo intentó, se cayó.
Al pie del árbol había una vaca que, sin verlo, lo cagó.
El pajarito, cagado; aleteo e hizo tanto escándalo que se embarró más, llamó la atención de una águila que al verlo, vino y se lo comió.

¿Cuál es la moraleja?

Cuando te caigas, espera tranquilo y vuelve a intentar. Si estás caído y te cagan, no te lo tomes personal. No te quejes mucho que por algo pasan las cosas: te dejó el avión ¡mejor!

Nadie tiene todo azul. Estás en tu parapente y piensas que te vas a estrellar, luego viene un aire caliente y te vas para arriba; así es la vida, arriba y abajo, un mosaico.

Y nunca, nunca olvidaré su famosa frase.

El fracaso no existe, el éxito está envuelto en papel de fracaso.

Finalmente, este post tipo agradecimiento lo quería escribir hace meses, porque él murió en febrero, pero no me atrevía. Hoy paso por el parque y aunque le extraño, sonrío por tantas historias de sabiduría contada en pendejadas. Sé que está bien del otro lado, jugando a las olimpiadas.