Facebook , feis , noticias Miércoles, 30 noviembre 2016

La historia del brujo que no era brujo y su agüita de santo

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Imagen referencial: Vice

Escribe: Jorge Díaz Untiveros*

Les contaré una historia un tanto absurda pero verídica. Y viene a cuento debido a que ayer se publicó una imagen de los taurinos de Acho abiertamente excluyente y fuera de la realidad. La endogamia y la aristocracia bananera de tercer mundo muchas veces crean monstruos morales que ignoran su propia condición y la del resto. Veamos por qué.

Hace algunos años alquilé mi casa (viví en Cieneguilla durante más de 10 años) a un grupo de chicas para una “reunión”. Como el negocio estaba bajo, dicho evento me caía como anillo al dedo. Si bien nunca pregunté por el evento debía convenir con la clienta cuáles iban a ser sus requerimientos. Para mi sorpresa me dijo que ninguno y que probablemente no usarían la casa, solo el jardín. Música para mis oídos- pensé yo. Menos chamba y la misma paga- concluí. Ignoraba los acontecimientos que vendrían.

Como convenimos, las chicas llegaron a la hora pactada. Llamó mi curiosidad que todas eran caucásicas, con vestidos de estampados entre hindú, maya y selvático. Muchas de ellas estaban descalzas y traían canastas con frutas, cuencos, velas y flores en frascos. También había una rubia con túnica que golpeaba un tambor, mientras una señora con la cara de Minerva Mcgonagall, la profe de Harry Potter, se paseaba por el lugar como buscando algo.

Me acerqué a saludarlas amablemente y me respondieron de manera seca. Luego dejé a las chicas en el jardín y me fui a mi casa (desde ahí vi cómo se agrupaban en círculo sentadas sobre el jardín, agarrándose las manos, y repitiendo frases en un lenguaje que nunca adiviné). Era de noche y había estrellas: la rubia del tambor, luego de otear el cielo constelado, se paró abruptamente y se fue.

Al cabo de unos minutos regresó con un tipo que llevaba en su melena un largo atado de plumas y caracoles. Traía un kero enorme entre sus manos.

Al verlo llegar las chicas aplaudieron. Luego, una por una, levantaron las manos al cielo mientras el tipo, asumo un brujo, les vertía agua del kero en la frente. Mientras hacía eso escuché al brujo entonar unos Icaros : “ Agüita de santo…” ,“ agüita de santo…” repetía.

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Luego de que la reunión hubo terminado, las chicas me pidieron por favor quedarse un momento más. Accedí a regañadientes dejarlas solas en la casa porque tenía unos asuntos pendientes en Lima.

Mientras encendía el carro, la flaca que había coordinado el evento conmigo me pidió por favor jalar al “maestro”. “Sube”, le dije al tipo. Y regresamos a Lima juntos.

En el camino el maestro me contó que se llamaba Yarel Ramos, que era de Satipo, que había pertenecido al Ejército y que lo habían traído por 800 soles. Conversamos todo el camino. Yo mano en el volante y él agarrando su kero.

Me contó que le parecía loco que gringas con plata vayan a su casa en Satipo cuando él y sus amigos se querían venir a Lima porque había agua limpia, medicinas y buenos colegios.

“Allá solo hay piñas”, dijo risueño.

Luego cambió el tenor de su voz:

“…pero estando allá, hasta un resfrío mata”.

O sea, a mi entender, las chicas buscaban elementos de la selva para su propio consuelo y comprensión, pero la verdadera vida de la selva era convenientemente alejada por ellas con su actitud. Y, por solo nombrar cosas de la selva, romantizándola y reduciendo su complejidad a puro esoterismo new age, creían ser princesas aguarunas, místicas en armonía con la naturaleza. La evidente miseria de su maestro y de la selva que tanto amaban era para ellas un asunto cosmético.

Yarel habló también acerca de Sendero [Luminoso] y sus incursiones. Y muy suelto de huesos contó cómo una vez un senderista se metió a su casa y tuvo que sacarlo a machetazos. Mientras conversábamos, los eventos que acababan de ocurrir en mi casa parecían cada vez más lejanos, parecían ya no importar.

¿Y cómo así llegaste a las gringas?— le pregunté.

Me contestó que el papá de una de ellas era un maderero bien conocido.

“Un abusivo es”.

Y que en el campamento empezó a vender puzanga para ganarse algo. Al poco rato, la esposa del maderero se enteró de la mágica mercancía y pidió un poco para ella. “No pasó ni dos meses y ya tenía pedidos de Lima”. Luego vino la lectura de caracoles y las hojas. Yarel quería finalizar su camino de brujo ofreciendo ayahuasca porque “eso paga bien….”.

¿Pero qué te detiene?, le pregunté.

“Es que no sé nada de eso”, respondió.

“¿Pero y los Icaros?”, repregunté asombrado.

“¡Ah! Eso… Uhm… es que tengo que comer”. Y guiñó el ojo travieso.

Lo dejé cerca de la Plaza Manco Cápac. Bajó con dificultad del auto tratando de no dañar su kero.

— A propósito, Yarel, ¿qué llevas en tu kero?, ¿qué es el agua de santo?
¿Qué más va a ser? Agua San Mateo es.

Y nos despedimos como amigos.

 

* Escritor, compositor y productor musical. Estudió en la Pontificia Universidad Católica del Perú. Ha publicado los poemarios «En mi callar hay un mundo» (Rayuela, 2010) y «Se vende poesía» (Altazor, 2016). Así mismo el libro de textos «Fuimos más que felices: apuntes de un músico recorriendo el tiempo y la ciudad” (Campo Letrado, 2016). Vive en Lima con las maletas listas.