Facebook , noticias Viernes, 4 diciembre 2015

«Que la llamen “activista” no es reconciliación. Es pura, triste y perversa confusión»

Imagen vía: politico.pe

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Escribe: Nani Pease

Valentín (el nieto de Henry Pease) y Salvador (el hijo de Lori Berenson)

Cuando Valentín tenía unos dos o tres años, lo llevaba a jugar a un parque por nuestra casa. Siempre jugaba con un hermoso niño llamado Salvador, al que lo acompañaban sus abuelos. Salvador no hablaba del todo bien, pero una vez escuché a sus abuelos hablar en inglés y pensé que era parte del proceso de bilingüismo. Lo que sí noté a los pocos días era que siempre estaban solos Salvador y Valentín.

Es decir, nunca había más niños en el parque, y empecé a notar que cuando llegaba Salvador, los demás niños eran cargados por su adulto responsable, generalmente sus niñeras y sacados del parque. Una mañana el abuelo de Salvador al ver que mi polo decía “Columbia” me preguntó si hablaba inglés y le dije que sí. Y conversamos de Columbia y de Nueva York de lo lindo que era y de cómo ambos lo extrañábamos.

Al contarle que era psicóloga, el abuelo de Salvador me preguntó si notaba algo extraño con su nieto y elaboró en que parecía tener dificultades, no se comunicaba del todo bien, y es que la había pasado muy difícil, me contó que él y su esposa habían venido al Perú por eso, para ver por su hija y por su nieto, que la cárcel era un lugar muy duro para un niño.

Me contó que justamente la mamá de Salvador estaba decidiendo si él volvía o no a la cárcel con ella y me confesó las dudas y contradicciones que él mismo sentía al respecto. Y me habló de la mujer hermosa que era la mamá de Salvador, la cual estaba presa, a quien habían condenado injustamente sin entender realmente que su hija era, según él, una persona buena, noble e idealista que vino al Perú llena de ideas de justicia social, que era una activista política y que no la habían entendido. La que empezó a entender ahí fui yo.

foto vía: noticias.lainformacion.com

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Salvador era, es, hijo de Lori Berenson, y el señor que sufría delante de mí tratando de justificar lo injustificable, era su papá. Los niños eran sacados del parque por temor y solo mi valiente Valentín jugaba con Salvador. Me partió el alma ese señor y sus frustrados intentos de justificar lo injustificable. Me partió el alma Salvador. Pero cuando el abuelo dijo por tercera vez la palabra “justicia” y “activista” e “injustamente detenida” sentí que todo el dolor de todos nuestros muertos me movía toda la sangre del cuerpo.

Sentí que mi inglés no daba para decirle el nivel de daño que el terrorismo nos había hecho. Cuando vi que nada de lo que le decía entraba en ningún lugar, le dije que mi papá, el abuelo de Valentín, era un hombre maravilloso, un activista, que creía en la paz y la justicia y que hubiera muerto si el plan de su hija de atacar el Congreso hubiera funcionado. No sé si logró entenderme.

Estaba yo tan molesta en ese punto. Sentía tanta tristeza de pensar en por qué diablos la vida me ponía en esa situación, de tenerme que ver forzada a ver todos los ángulos de dolor de una situación infinitamente complicada, por qué ver al padre sufriendo, al hijo sufriendo, por qué no solo ver a la inhumana que pudo haber atacado el trabajo de mi papá.

Nos quedamos en silencio por largo rato. Los niños jugaban felices. Le dije despidiéndome que sentía mucho lo que la vida lo había hecho enfrentar. Y que ojalá pudiera darle a Salvador un lugar más bonito para crecer. Los días siguientes ya no encontré a Salvador en el parque.

Y luego vi que su mamá decidió que regrese con ella a la cárcel. Pero no decidió que su abuelo lo llevara. Decidió ella misma entrar con Salvador cruzando todo el cordón de prensa, ante todas las cámaras. Me dio mucha pena imaginar a Salvador asustado y siendo acosado por periodistas. Me dio mucha rabia pensar en que estaba siendo de alguna manera usado.

Cuando escucho en estos días la discusión sobre Lori Berenson y a algunos defenderla como activista no dejo de pensar en esa tarde en que su papá intentaba decir lo mismo. No dejo de pensar en lo que habría sido para mí y para Valentín perder a mi papá cuando ella organizó ese ataque al Congreso, cómo nuestra vida habría sido otra.

No sé si el papá de Lori Berenson me entendió ese día. Honestamente no se cuánto me permitió decirle la sorpresa y la confusión. Pero con el tiempo entiendo que su dolor lo hace tener que justificar lo injustificable. Lo que no logro entender, lo que me sigue cuestionando y doliendo profundamente es que haya peruanos que la llamen “activista” que la intenten eximir de culpa, que intenten hacer como si no fuera tan grave. Eso no es reconciliación. Eso es pura, triste y perversa confusión, de la más básica, de la que más daño hace.